La edad de las
plantas se expresa de dos formas: la edad ontogenética (juvenilita/madurez) y
la edad fisiológica [Olesen, Sivae Genet.
27: 173, (1.978)].
La juvenilidad
es definida como la condición de una planta previa a la floración o
gametogénesis. Existen una serie de parámetros fenotípicos asociados a la
juvenilidad, como cambios en la capacidad de formación de raíces adventicias;
en la forma, área, volumen y distribución de estomas; en la longitud de los
peciolos; en el volumen del meristemo apical; en la extensión de la actividad
meristemática subapical y en el número de nudos por yema; en el hábito de
crecimiento y longitud de los internudos; en la respuesta a los reguladores de
crecimiento; en la forma del tallo, lignificación, color, producción de
espinas. Además, la capacidad organogénica y la resistencia a enfermedades de
las plantas juveniles pueden ser diferentes de las propias de plantas adultas [Hackett, Hort. Rev., 7:109, (1.985)].
Aunque varios
de estos cambios asociados a la juvenilidad son típicos y observados
normalmente en plantas producidas por cultivo de tejidos, estas vitroplantas
pueden ser inducidas a florar [Scorza,
Hort.Rev., 4:106, (1.982)]. Por lo tanto, las plantas producidas por
cultivo de tejidos, no son verdaderamente juveniles salvo si el tejido original
era juvenil, en casos extremos la madurez del tejido original se mantiene
absolutamente durante el cultivo in vitro y el material de origen juvenil
necesita una fase de maduración normal antes de su transición a la fase adulta.
Entre las
fases juvenil y adulta existe una fase de transición no muy bien conocida y difícil
de delimitar en el tiempo, ya que la maduración es un proceso "a
saltos", es decir que se produce como una suma efectos individuales
interrelacionados, afectando a lo largo del tiempo a distintos parámetros en diverso
grado. Esta fase de transición pues, presenta unas características cualitativas
y temporales enormemente variables dependiendo de la especie.
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